En secreto te miro a través de la ventana… te observo sin decir nada. Un suspiro se me escapa. Suena el timbre…»¿bajas?», «¡sí, claro, ahora mismo!». Un poco de «Delices» en el cuello, brillo en los labios y aquél fular que me regalaste cuando paseábamos por el rastro.

 Ahí estás tú. Te deshaces en disculpas por tu aspecto… ¡cómo si me fijase en qué llevas puesto! Sólo miro esos ojos verdes tan expresivos, que no paro de dibujar constantemente, sólo miro tu boca, ésa que hace fluir palabras embriagadoras.

 Te miro a las ojos… me miras a los ojos.. Me estremezco, pero tú apenas te das cuenta. Me preguntas qué tal. Rapidamente cambio de tema, y comenzamos a hablar de ti… Me cuentas que ya has tomado una decisión. Que finalmente has decidido marchar… Yo… yo… simplemente no me lo puedo creer. Te digo «¿te vas?». «Me marcho el día 15 en el vuelo de las 9:30 h.»

Estoy a punto de llorar. Te quiero odiar. Te quiero besar. Pero como siempre me quedo inactiva, y te digo… «si quieres te puedo llevar hasta el aeropuerto».

Reina el silencio.

 Ya han pasado 21 meses desde que te fuiste. Vuelves mañana. Parece que no hubiese pasado el tiempo al oír de nuevo tu voz. Te digo «te voy a buscar al aeropuerto». Me dices «claro, ¡qué ganas de verte!».

Llego 2 horas antes. Estoy cardíaca y cansada. Clara ya da mucha patadas y no duermo bien.

Sales por la puerta, con aspecto cansado. El corazón me late con fuerza. El bebé me da otra patada. ¿Será su forma de decirte «hola»?

 Me dices lo guapa que estoy. Yo te digo»vámonos a casa». Estoy tan nerviosa, que no soy capaz de articular palabra.

Llegamos a casa. Te vas a quedar con nosotras una temporada mientras buscas un sitio.

Estoy feliz de que estés con nosotras, nerviosa, ilusionada. Incluso me muerdo el labio como antaño.

Me preguntas… «¿puedo dormir con vosotras?» Me derrito como la cera de una vela, mientras noto tu respiración en mi nuca, entre mi pelo y simultáneamente me acaricias la tripa.

Estoy ya de ocho meses… y tan sensible… Me paso el día llorando de felicidad. Y ahora estás aquí, conmigo, con ella… Contengo mis lágrimas para evitar que caigan sobre tu brazo. Es perfecto.

 Te duermes…

…y me quedo despierta pensando como hubiera sido si no la hubieses conocido. Si no te hubieses ido.

Recuerdo cuando aquella tarde, en nuestro banco, te comenté mi decisión.

Estaba feliz, nerviosa, segura, impaciente, asustada, tranquila… Me abrazaste y me dijiste «hagámoslo juntos», «séamos padres»…

Me quedé en silencio, titubeando, evitando tu mirada… Por un lado, quería gritarte que sí, por otro, pensé que sería mejor que no. Que tu algún día conocerías a «esa chica» y yo no lo soportaría… Al final sucedió como decía…

Fue mejor así, para Clara, para tí y para mí. 

Clara nacerá dentro de 4 semanas, algo menos quizás… ya me da muchas patadas, está ansiosa por salir y yo porque esté aquí. Quiero ver sus ojitos, sus deditos, su cuerpecito… ¿Cómo será? Espero que todo vaya bien. Que sea una cesárea programada me inspira relativa confianza, aún sabiendo de mis problemas…

Por otro lado, tú estás aquí, con nosotras y estarás durante el parto. Hubiera sido bonito que mis padres estuviesen vivos para verla nacer, pero no pudo ser…

Me estoy quedando ya dormida. Tú no has movido tu mano de mi barriga. Hay una conexión especial, como si se desprendiesen pequeñas moléculas entre la palma de tu mano y la piel de mi tripa.

Finalmente, me duermo…

Me despierto… y no estás… Entra un rayo de sol por una pequeña rendija de la persiana… ¿Ha sido un sueño?

No. Te fuí a buscar ayer al aeropuerto, y aún noto esa conexión en mi piel…

Oigo la radio de fondo, »Buenos días, Javi Nieves» como cuando estábamos en la facultad… Me emociono de nuevo…

Me deslizo por las escaleras de madera, con las zapatillas rosas que me trajiste de Paris. Voy hacia la cocina y asomo mi nariz por la puerta, sin que me veas…

Disfruto mirándote, contemplándote. Observo tu pelo negro, alborotado, que siempre llevas revuelto.

Disfruto viendo tus brazos, fuertes, con bastante vello, que me transmiten la sensación de que no me dejarás desfallecer.

Te miro de nuevo… me podría pasar horas así… Lo que más me gustan son tus manos… laboriosas, inquietas, llenas de callos por el trabajo. Quisiera besarlas, llevarlas a mis labios…

Decido entrar en la cocina. Estás preparando tortitas con chocolate. Mi desayuno favorito. Me dices «para mis niñas».

Te miro y no atino a decir nada, salvo «gracias». No sé que me pasa. Me gano la vida escribiendo y cuando hablas conmigo me quedo sin abecedario.

Nos terminamos el desayuno en un periquete, Clara tiene tan buen apetito como yo, aún así, sigo manteniendo mi figura y aprovecho a usar los jerseys que dejaste en el armario cuando te fuíste.

Te pones a recoger. Tan colaborador como siempre. Me siento como una princesa en un cuento de hadas.

Te digo «me voy a duchar». Me agarro al pasamanos, me cuesta ya subir las escaleras. Al fin llego al baño. Me quito el camisón de raso que dejo deslizar por mi cuerpo. Desde que estoy embarazada me encanta sentir el tacto de las cosas en mi piel. Me encanta sentir tu piel.

Abro el grifo del agua caliente y me pongo bajo la alcachofa de la ducha. Dejo el agua caliente correr por mi pelo, por mi cuello, por mi piel… es lo más cerca que estoy de ser completamente acariciada… Siento como el agua resbala por mi cuerpo, por Clara. Me da otra patada. Creo que le gusta la sensación. Siempre me da patadas cuando estoy bien.

Mientras me ducho, me quedo pensando en lo que me dijiste anoche… Quieres ser el papá de Clara, aunque no séamos pareja… Creía que había quedado claro, pero no es así. Me miraste con cierta cara de decepción cuando te dije que no…

¿Qué esperarías oír? Cuando te fuíste, te dije que no era inmediato, pero que lo haría. Que sería madre. Madre en soledad. Esa expresión de «madre soltera»  que tu usas no me gusta nada. Yo asumí mi destino hace años, y parece que no aceptas mi decisión. Dices que si me pasa algo, ¿quién mejor que tú para hacerse cargo? Eso me hace dudar. Sé que tienes razón… pero sólo imaginarme a las dos personas que más quiero con otra persona…

 Me noto molesta… Será este pensamiento… Salgo de la ducha y me pongo el jersey de cuello cisne rojo, la falda vaquera, las botas marrones… y vuelvo a bajar las escaleras… Te digo… «voy a dar una vuelta con la perrina…» Tú me preguntas cuánto voy a tardar y te contesto «en media hora estoy de vuelta».

Cierro la puerta tras de mí. Lupita está suelta y corretea alegremente por el sendero que conduce a nuestro banco. Después de diez minutos andando, llegamos por fin… Me siento. Estoy agotada, no puedo con la barriga ya… Clara me da otra patadita. Le gusta el sitio. Cuando nazca quiero enseñarle a amar la naturaleza como hicieron conmigo sus abuelos. 

«Sus abuelos», ¡qué bella palabra! «abuelos». Lástima que practicamente no vaya a tener familia consanguínea… Bueno… yo tampoco la tuve y aquí estoy, feliz y radiante. Emocionada e impaciente por ver a Clara.

Hoy me siento muy molesta… Como si tuviese ganas de salir… pero aún quedan 28 días… Enfin… será normal… Lupita viene a mis pies y se me echa encima. Desde que me quedé embarazada está súper mimosa. Le acarició la tripita mientras me pone ojitos.

Decido levantarme y volver a casa. Me llevo las manos a los riñones, me duele todo… Mi cuerpo es tan delgado y Clara al parecer está grandísima. Como su mamá en su día. ESO lo heredó de su mamá. Mamá. Mamá… ¡Qué alegría me provoca esa palabra! La imagino pronunciándola por primera vez. Me vuelvo a emocionar.

Estoy entrando en «Quitapenas» cuando noto de repente que algo sucede… Clara está inquieta, nerviosa, se mueve un montón… y a mi me late muy rápido el corazón. Me pongo nerviosa. ¿Irá algo mal? 

Entro en casa, preocupada, pero no digo nada. Grito tu nombre.» ¿Estás en casa?» Sales del salón. Me miras, te miro. Me preguntas «¿Va todo bien?» Te digo «No lo sé».

Me sientas con amor en el diván de la entrada, y me dices «Cojo la maleta, y nos vamos al hospital». No digo nada. Te miro y asiento. Estoy muy nerviosa y respiro de forma entrecortada.

A los 5 minutos bajas por las escaleras, con la bolsa rosa bordada de Clara y mi maleta. Me ayudas a levantarme y a acomodarme en el coche.

Respiro bastante mal, y veo tu cara de preocupación por el rabillo de mi ojo izquierdo. Han pasado 40 minutos y llegamos al hospital. Me sientan en una silla de ruedas y me llevan a boxes.

 Tras una breve exploración, me miran con cara de preocupación y van a hablar contigo. ¿Por qué no me dicen nada? A los 10 minutos apareces junto a -Sara- ,mi comadrona. Me coges la mano y me dices. Todo irá bien, Car, pero Clara ya está aquí.

Te miro sin decir nada. Pasan unos segundos. Cierro los ojos, y os digo «necesito cinco minutos a solas». Me miráis extrañados y salís del box.

Hablo con Clara en voz muy bajita, casi en un susurro.

«Clara, hija, que vengas hoy día 17 de Noviembre, no estaba planeado, pero, quiero que sepas que la vida no se puede programar.

Hija, vive cada minuto disfrutando de cada instante. La vida es maravillosa. Si algún día tienes miedo, afróntalo, no seas cobarde. El miedo reside en tu interior. Rodéate de buenos amigos, serán tu familia. Disfruta de la soledad escogida. El amor llegará cuando estés preparada para recibirlo. Da amor y recíbelo. Instrúyete. Sé solidaria y valórate. Haz lo que realmente te haga feliz.

Ahora necesito que me ayudes. Yo te ayudaré a venir a este mundo maravilloso». 

Entráis. Me llevan al quirófano y me das un beso en el meñique izquierdo. Nuestro beso. Me despido con una sonrisa, deseando no sea la última. Te pierdo de vista.

Ahora pienso que he tomado la decisión correcta, habiendo firmado aquéllos papeles. En caso de que no fuera bien Clara sería tu hija y yo me podría ir tranquila.

 Me espera un parto difícil. Mi problema va a complicar seriamente las cosas, espero que todo vaya bien. He recorrido un camino muy largo para llegar hasta aquí. Parte del camino lo hice contigo, hija.

 

Pasan las horas y no hay noticias de nosotras… Nadie sale a decirte nada… Estás nervioso. Hablas por teléfono durante horas. Cuelgas y suspiras, como si te hubieses quitado un gran peso de encima. Das vueltas por el pasillo buscando una cara amiga, que te confirme que todo va bien. Pasa otra hora, y otra, y otra… Empiezas a recordar… Aquél primer día en que apareciste por la puerta. Yo estaba sentada, levanté la cabeza y te ví. Fusión, conexión. El mundo se detuvo. Tu corazón, mi corazón.

 -«Sr. García, Sr. García»

– «¿Qué, qué?»

» Le felicito. Su hija está en perfectas condiciones. 4 kg y 400 gr. Su mujer está recuperándose. Ha sido necesaria una transfusión debido a su problema, pero puede pasar a verla.»

 Entras en la habitación, con el semblante serio y no se por qué. Todo ha ido bien. Clara está bien. Yo estoy bien. Te acercas y me agarras la mano. Estás temblando. No entiendo qué te pasa. «¿Estás bien?» Me contestas asintiendo con la cabeza y esbozando una media sonrisa.

Entretanto, traen a Clara y la colocan sobre mi pecho. Es perfecta. Muy blanca de piel, aunque aún esta enrojecida por el esfuerzo. Sus ojos permanecen cerrados, tiene todos los deditos y el médico nos ha dicho que está en perfecto estado. Es tan suave… Me siento tranquila y feliz, tu sin en cambio, te echas a llorar. Te noto nervioso.

Doy de mamar a la niña por primera vez. Jamás había tenido esta sensación de paz interior. No dices nada. Nos contemplas como si tuvieses tu mente en otro lado.

Sara entra en la habitación, y nos pregunta qué tal todo mientras te guiña un ojo. Me retira a Clara y la posa en un cuco que tengo al lado de la cama.

 Algo se me escapa. «¿Qué te pasa?» Te sientas al borde de la cama. Te quedas mirándome durante unos minutos sin decir nada. Yo me sumerjo en tus ojos verdes, y me evado.

Al cabo de un rato, te inclinas sobre mí, y te aproximas para susurrame algo al oído. Apenas imperceptible.

Una lágrima resbala por mi mejilla a la vez que esbozo una amplia sonrisa y se me ilumina el rostro. Se me ilumina el alma.

Me siento tan dichosa. Me siento ganadora.

 Te echas en la cama. A un lado estás tú. Al otro lado ella. Ya no necesito más. Me rodeas con tu brazo mientras me quedo dormida y sonríes ampliamente porque sabes que ahora todo está bien. Porque sabes que ahora somos tres.